lunes, 13 de agosto de 2012


Arthur Rimbaud
(Charleville, Francia, 1854-Marsella, id., 1891) Poeta francés. Sus padres se separaron en 1860, y fue educado por su madre, una mujer autoritaria. Destacó pronto en el colegio de Charleville por su precocidad. En septiembre de 1870 se fugó de casa por vez primera y fue detenido por los soldados prusianos en una estación de París.
Su profesor, Georges Izambard, lo salvó de la cárcel, pero al mes siguiente intentó de nuevo la fuga, esta vez dirigiéndose hacia la región del Norte. Después de trasladarse a Bélgica, quiso emprender carrera como periodista en la ciudad de Charleroi. Entre las dos fugas, había empezado a escribir un libro destinado a Paul Demeny, pariente de su profesor y poeta reconocido en París.
Cuando regresó a Charleville, en el invierno de 1870-1871, su colegio había sido convertido en hospital militar. Huyó a París en febrero y fue testigo de los disturbios provocados por la amnistía decretada por el gobierno de Versalles. Volvió con su familia en marzo, en plena Comuna, y publicó la famosa Carta del vidente. Auténtico credo estético, la Carta definía al poeta del futuro como un «ladrón de fuego» que busca la alquimia verbal y lo desconocido a través de un «largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos».
Verlaine, a quien había enviado algunos poemas, le invitó a París. Rimbaud llegó con un poema, El barco ebrio, quizás la mayor expresión de su genio visionario, que impresionó profundamente a su anfitrión. En París, se integró enseguida en el círculo literario del club zutista y escribió el Album zutique.
Tras una breve estancia en Charleville, donde compuso algunos poemas sencillos, más o menos místicos, nació una tormentosa relación amorosa con Verlaine, que empezó en el Barrio Latino de París, en mayo de 1872. Tras abandonar a su esposa, Mathilde, Verlaine se instaló con él en Bruselas y más tarde en Londres, para experimentar lo que, según Rimbaud, debía ser la aventura de la poesía.
En contacto con los partidarios exiliados de la Comuna, sus vidas se volvieron cada vez más caóticas, a medida que uno y otro cultivaban las excentricidades de todo tipo. En julio de 1873, Verlaine, el «desgraciado hermano» de Rimbaud, huyó a Bruselas; pretendía enrolarse con los carlistas, o suicidarse. Llamó a Rimbaud, éste acudió a su lado y volvieron las disputas. Verlaine, un carácter depresivo, sospechando que iba a ser abandonado pronto, disparó a Rimbaud y lo hirió, por lo que fue arrestado y encarcelado.
Mientras se recuperaba en sus Ardenas natales, Rimbaud terminó el libro autobiográfico Una estancia en el infierno, donde relataba su historia y daba cuenta de su rebeldía adolescente. Luego, gracias a su madre, publicó Alquimia del verbo, pero la obra no fue distribuida (Rimbaud dejó una copia en la prisión, para Verlaine, y repartió otros pocos ejemplares entre sus amigos). Regresó a Londres, acompañado por Germain Nouveau, en 1874, y escribió su última obra, Las iluminaciones, cerca de cincuenta poemas en prosa que proyectan sucesivos universos y proponen una nueva definición del hombre y del amor. A los veinte años, abandonó la literatura.
La segunda parte de su vida fue una especie de caos aventurero. Empezó como preceptor en Stuttgart, se alistó (y desertó luego) en el ejército colonial holandés y viajó en dos ocasiones a Chipre (1879 y 1880). Después de distintas escalas en el Mar Rojo, se instaló en Adén y más tarde en Harar (Etiopía). Se dedicó al comercio de marfil, café, oro o cualquier producto que consiguiera por el trueque de alguna mercancía europea; también envió informes a la Sociedad Francesa de Geografía. En 1885 volvió a Adén y vendió armas. Atravesó el desierto de Danakil y se tomó un tiempo de descanso en Egipto. Por último regresó a Harar, donde prosperaban sus negocios. En 1891, aquejado de fuertes dolores en la pierna derecha, volvió a Francia, donde le fue amputada y murió poco después en un hospital de Marsella.
Obra
Rimbaud es un caso especial de genio poético que revolucionó la lírica ejer­ciendo una libertad total en el empleo de la palabra. Rimbaud lleva al extre­mo los postulados del Simbolismo, que buscaba acceder a la visión simbólica empleando el ritmo del verso como instrumento. En su célebre poema "Vocales", por ejemplo, establece una correspondencia entre estas y los colo­res, relación que puede ser arbitraria, pero que es motivo para crear imágenes deslumbrantes.
Rimbaud concibe la poesía como ilumina­ción y crea símbolos que están más allá de la comprensión racional. Su poesía es producto del "desarreglo de los sentidos" y, para lograrlo, decide "encrapularse", es decir, llevar una vida fuera de las normas sociales. Así, en otro de sus poemas capi­tales, "El barco ebrio", el barco es el sím­bolo del mismo poema y las aguas por las que va descendiendo.
Rimbaud relaciona de una manera espe­cial las palabras, las cuales ya no son expresiones de un estado anímico, sino un instrumento para crear belleza. Una de sus frases más célebres, con la que resu­me su posición en torno a lo que llama "poesía objetiva", es "Yo es otro", con lo que quiere significar que el yo que se encuentra en sus poemas es puramente gramatical y no una expresión del yo real, como en los románticos. Sus dos grandes libros son Una temporada en el infierno (1873) y Las iluminaciones (1874). Un as­pecto importante de la influencia de Rim­baud es que ella se ejerce no solo sobre las obras de los poetas de las siguientes generaciones, sino también sobre la vida misma de estos, pues Rimbaud es uno de los símbolos de la dedicación total a la vo­cación poética.
El poema "El durmiente del valle" es uno de sus primeros poemas y, en él, el ritmo es aún cercano al tradicional. "Alquimia del verbo", en cambio, per­tenece a Una temporada en el infierno y nos muestra un Rimbaud más libre y creativo.





EL DURMIENTE DEL VALLE
Un rincón de verdor donde un arroyo canta
emperchando a lo loco en la yerba rasgones
de plata; donde el sol, desde altiva montaña,
reluce, un vallecito que hace espumas las luces
Boquiabierto, un soldado joven con la cabeza descubierta y la nuca bañada en berro azul, duerme; está tendido en la hierba, bajo nube; pálido en verde lecho donde llueve la luz.
Con los pies en los lirios, duerme. Sonriendo como lo haría un niño enfermo, duerme un momento. Natura, mécelo cálidamente. Tiene frío.
Ya no agitan perfume las ventanas
de su nariz; al sol duerme, la mano al pecho.
Tranquilo. En su costado tiene dos hoyos rojos.



ALQUIMIA DEL VERBO

Ahora yo. La historia de una de mis locuras. Desde hacía largo tiempo, me jactaba de poseer todos los paisajes posibles, y encontraba irrisorias las celebridades de /a pintura y de la poesía moderna.

Me gustaban las pinturas idiotas, dinteles historiados, deco­raciones, telas de saltimbanquis, carteles, estampas popula­res; la literatura anticuada, latín de iglesia, libros eróticos sin ortografía, novelas de nuestras abuelas, cuentos de hadas, libritos para niños, óperas viejas, canciones bobas, ritmos ingenuos. Soñaba con cruzadas, con viajes de descubrimien­tos de (os que no hay relatos, con repúblicas sin historia, guerras de religión sofocadas, revoluciones de costumbres, desplazamientos de razas y de continentes: creía en todos los encantamientos.

¡Inventé el color de las vocales! -A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde-. Reglamenté la forma y el movimiento de cada consonante y me vanagloriaba de inventar, con ritmos instintivos, un verbo poético accesible, cualquier día, a todos los sentidos. Me reservaba la traducción.

Al principio fue un estudio. Yo escribía silencios, noches, ano­taba lo inexpresable. Fijaba vértigos.

Lejos de pájaros, de aldeanas, de rebaños

¿qué bebía, de hinojos en aquella maleza

Circundada de tiernos boscajes de avellanos

entre la bruma tibia y verde de la siesta?



¿Qué podía beber en ese joven río,

 -¡Olmos sin voz, cielo oscuro, césped sin flor!

en gualdas cantimploras, sin mi choza querida?

Haciéndome sudar, algún áureo licor.



Parecía el equívoco cartel de una taberna.

 -Una tormenta borró el cielo. Al atardecer

el agua de los bosques huyó hacia arenas vírgenes,

 Dios en los charcos carámbanos dejó caer.

Lloré mirando el oro -y no pude beber.

ACTIVIDADES

1.- Responde sobre el primer poema.

a. ¿Quién es el durmiente del valle? ………………………………………………………………………………………………………………………..

b.- ¿Qué pueden ser los hoyos rojos de su costado? …………………………………………………………………………………………….

c.- ¿En qué estado se encuentra realmente? ………………………………………………………………………………………………………..

2.- Analiza el primer poema con atención. ¿Crees que la voz poética presenta ambiguamente al durmiente del valle, es decir, no dice directamente qué le ocurre? Si es así, ¿por qué crees que lo hace?

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3.   Deduce. ¿Qué emoción despierta el poema en el lector?

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4.   Reflexiona sobre "Alquimia del verbo" y responde las preguntas

a.  ¿Qué quiere decir alquimia? ¿Qué relación crees que guarda ese término con los fragmentos seleccionados?

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b.  ¿Cuál es el tono poético que predomina en el texto? ¿Por qué?

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5    Marca la alternativa correcta. ¿Qué tipo de poesía elabora Rimbaud?

a,  romántica         b.  realista           c.   surrealista            d. Simbolista


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