A
que te dedicas ahora? - le preguntan a Luder -
-Estoy inventando una nueva lengua - ¿Puedes darnos algunos ejemplos? - Sí : dolor, soñar ,libre , amistad... - ¡Pero esas palabras ya existen! - Claro, pero ustedes ignoran su significado.
(tomado
de Dichos de Luder)
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Premio Juan Rulfo de 1994
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Julio Ramón Ribeyro nace en Barranco en 1929, y muere
en 1994. Venido de una típica
familia de clase media, no pasa mayores apuros económicos y afectivos durante
su niñez.
Realiza
sus estudios superiores en la facultad de Letras y Derecho de la Pontificia
Universidad Católica del Perú. Por esta época, Ribeyro empieza a incursionar en
la narrativa. Nunca ejerce su profesión de abogado, y más bien, apenas concluye
sus estudios en 1952, viaja a Europa, gracias a una beca para seguir estudios
de periodismo, lo que le da la oportunidad de dedicarse a su interés principal:
la literatura. En 1955, aparece en Lima su primer libro de cuentos: Los
Gallinazos sin Plumas. Tres años después retorna al Perú y se dedica a la
docencia en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho. En 1970
retorna a Francia, donde trabaja como agregado cultural de la embajada peruana
en París, y a partir de 1972 como representante peruano ante la UNESCO. En 1973
publica la primera colección de sus cuentos, en los dos primeros volúmenes de La
Palabra del
Mudo
(Cuentos 1952/ 1972).
Características Generales
de su Obra
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Desarrolla básicamente temas urbanos
Linealidad en el relato.
El narrador es una conciencia reflexiva
El narrador se rehúsa a comprender su mundo. Sólo lo expone.
NOVELAS
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CUENTOS
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§ Crónica de San
Gabriel (1960)
§ Los Geniecillos
Dominicales (1965)
§ Cambio de guardia
SIN CLASIFICACIÓN
§
Prosas Apátridas (1975; 1986)
§
La
tentación del fracaso (1987).
Diarios
§ Dichos de Luder ( 1989)
§ La caza sutil ( 1975)
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Publicados
a partir de 1955 y recogidos en cuatro volúmenes como “La Palabra del Mudo”
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Volumen
I:
Los Gallinazos sin Plumas
Cuentos de Circunstancias
Las Botellas y los Hombres
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Volumen
II
Tres Historias Sublevantes
Los Cautivos
El Próximo mes me Nivelo
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Volumen
III
Silvio en el Rosedal
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Volumen
IV
Cuentos Santacrucianos
Solo para Fumadores
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UNA AVENTURA NOCTURNA
Cuento por JULIO RAMÓN RIBEYRO
VAMOS A LEER
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De este modo, sin relaciones y sin recuerdos, Arístides era el cliente obligado de los cines de barrio y el usuario perfecto de las bancas públicas. En las salas de los cines, al abrigo de la luz, se sentía escondido y al mismo tiempo acompañado por la legión de sombras que reían o lagrimeaban a su alrededor. En los parques podía entablar conversación con los ancianos, con los tullidos o con los pordioseros y sentirse así participe de esa inmensa familia de gentes que, como él, llevaban en la solapa la insignia invisible de la soledad.
- Los mozos ya
se han ido, caballero.
Arístides
recogió la frase y la guardó dentro de sí, presa de un violento regocijo: una
desconocida le había hablado en la noche. Pero de inmediato comprendió que esa
frase era tina invitación a la partida. Súbitamente confundido, se puso de pie.
- Pero yo lo
puedo servir, ¿qué cosa quiere? - la mujer avanzaba hacia él con un andar un
poco lerdo al cual no se le podía negar cierta majestad.
Arístides volvió
a sentarse:
- Un café.
Solamente un café. La mujer había llegado a la mesa para apoyar en su borde una mano regordeta cargada de joyas:
- Ya está apagada la máquina, Le puedo servir un licor.
- Entonces, una cerveza.
La mujer se
retiró al bar. Arístides aprovechó para observarla. No cabía duda que era la
patrona. A juzgar por el establecimiento, debía tener mucho dinero, Con un
rápido movimiento, acomodó su vieja corbata y alisó sus cabellos. La mujer
regresaba. Además de la cerveza traía una botella de coñac y una copa.
- Lo acompañaré
- dijo sentándose a su lado -. Tengo la costumbre de beber siempre algo con el
último parroquiano.
Arístides
agradeció con una venia. La mujer encendió un cigarrillo. - Hermosa noche - dijo -. ¿Le gusta a usted pasear? Yo soy un poco noctámbula; Pero en este barrio la gente se acuesta temprano y a partir de medianoche me encuentro completamente sola.
- Es un poco triste - balbuceó Arístides.
- Yo vivo en los altos del bar - su mano señaló una puerta perdida al fondo del local -. A las dos cierro las mamparas y me voy a dormir.
Arístides se
atrevió a mirarla al rostro. La mujer soplaba el humo con elegancia y lo miraba
sonriente. La situación le pareció excitante. De buena gana hubiera pagado su
consumo para salir a la carrera, coger al primer transeúnte y contarle esa
maravillosa historia de una mujer que en plena noche le hacía avances
inquietantes. Pero ya la mujer se había puesto de pie:
- ¿Tiene usted
una moneda de a sol? Voy a poner un disco.
Arístides alargó
presurosamente su moneda. La mujer puso música suave y regresó. Arístides miró hacia la calle: no se veía una sombra. Alentado por este detalle, presa de un repentino coraje, la invitó a bailar.
- Encantada - dijo la mujer, dejando su cigarrillo en el borde de la mesa y despojándose de su chal de piel para descubrir unos hombros fláccidos, salpicados de pecas.
Sólo cuando la
tuvo cogida del talle - tieso y fajado bajo su mano inexperta - tuvo la
convicción Arístides de estar realizando uno de sus viejos sueños de solterón
pobre: tener una aventura con una mujer. Que fuera vieja o gorda era
lo de menos. Ya
su imaginación la desplumaría de todos sus defectos. Mirando las repisas con
botellas que giraban a su alrededor, Arístides se reconciliaba con la vida y,
desdoblándose, se burlaba de aquel otro Arístides, lejano ya y olvidado, que
temblaba de gozo una semana sólo porque un desconocido se le acercaba para
preguntarle la hora.
Cuando
terminaron de bailar, regresaron a la mesa. Allí conversaron un momento. La
mujer le invitó una copa de coñac. Arístides aceptó hasta un cigarrillo.
- Nunca fumo -
dijo -. Pero ahora lo hago, no sé por qué.
Su frase le
pareció banal. La mujer se había echado a reír.
Arístides
propuso otro baile.
- Cerraré antes
las persianas - dijo la mujer, encaminándose hacia la terraza.
Bailaron aún.
Arístides observó que el reloj de pared había marcado las dos horas. A pesar de
ello la mujer no se decidía a retirarse. Esto le pareció un buen augurio e
invitó a su vez un coñac. Empezó a sentirse un poco envanecido. Hizo preguntas
indiscretas con el objeto de crear un clima de intimidad. Se enteró que vivía
sola, que estaba separada de su marido. La había cogido de la mano.
- Bueno - dijo
la dueña levantándose -. Es hora de cerrar el bar.
Conteniendo un
bostezo, se dirigió hacia la puerta.
- Me quedo -
dijo Arístides, con un tono imperioso que lo sorprendió.
A medio camino, la mujer se volvió: - Claro. Está convenido - y continuó su marcha.
Arístides se
tiró de los puños de la camisa, los volvió a esconder porque estaban
deshilachados, se sirvió otra copa, encendió un cigarrillo, lo apagó, lo
encendió otra vez. Desde la mesa observaba a la mujer y la lentitud de sus
movimientos lo impacientaba. Vio cómo cogía un vaso y lo llevaba hasta el
mostrador.
Luego hacía lo
mismo con un cenicero, con una taza. Cuando todas las mesas quedaron limpias
experimentó un enorme alivio. La mujer se dirigió hacia la puerta y en lugar de
cerrarla, quedó apoyada en el marco inmóvil, mirando hacia la calle.
- ¿Qué hay? -
preguntó Arístides.
- Hay que
guardar las mesas de la terraza. Arístides se levantó, maldiciendo entre dientes. Para echarse prosa, avanzó hacia la puerta mientras decía:
- Ésa es cosa de hombres.
Cuando llegó a la terraza sufrió un sobresalto: había una treintena de mesas con su respectiva serie de sillas y ceniceros. Mentalmente calculó que en guardar aquello tardaría un cuarto de hora.
- Si las dejamos afuera se las roban - observó la patrona.
- ¡Pero no en desorden! - protestó la mujer -. Hay que apilarlas bien para que mañana el mozo haga la limpieza.
Arístides
obedeció. A mitad de su labor sudaba copiosamente. Guardaba las mesas, que eran
de hierro y pesaban como caballos. La dueña, siempre en el dintel lo miraba
trabajar con una expresión amorosa. A veces, cuando él pasaba resoplando a su
lado, extendía la mano y le acariciaba los cabellos. Este gesto terminó de reanimar
a Arístides, por darle la ilusión de ser el marido cumpliendo sus deberes
conyugales para luego ejercer sus derechos.
- Ya no puedo
más - se quejó al ver que la terraza seguía llena de mesas, como si éstas se
multiplicaran por algún encanto.
- Creí que eras
más resistente - respondió la mujer con ironía. Arístides la miró a los ojos.
- Valor, que ya falta poco - añadió ella, haciéndole un guiño.
Al cabo de media
hora, Arístides había dejado limpia la terraza. Sacando su pañuelo se enjugó el
sudor. Pensaba si tamaño esfuerzo no comprometería su virilidad. Menos mal que
todo el bar estaba a su disposición y que podría reponerse con un buen trago.
Se disponía a ingresar al bar, cuando la mujer lo contuvo:
- ¡Mi macetero!
¿Lo vas a dejar afuera?
Todavía faltaba
el macetero. Arístides observó el gigantesco artefacto a la entrada de la
terraza, donde un vulgar geranio se deshojaba. Armándose de coraje se acercó a
él y lo levantó en peso. Encorvado por el esfuerzo, avanzó hacia la puerta y,
cuando levantó la cabeza, comprobó que la mujer acababa de cerrarla. Detrás del
cristal lo miraba sin abandonar su expresión risueña.
- ¡Abra! -
musitó Arístides.
La patrona hizo
un gesto negativo y gracioso, con el dedo. - ¡Abra! ¿No ve que me estoy doblando?
La mujer volvió a negar.
- ¡Por favor, abra, no estoy para bromas!
La mujer corrió el cerrojo, hizo una atenta reverencia y le volvió la espalda. Arístides, sin soltar el macetero, vio cómo se alejaba cansadamente, apagando las luces, recogiendo las copas, hasta desaparecer por la puerta del fondo. Cuando todo quedó oscuro y en silencio, Arístides alzó el macetero por encima de su cabeza y lo estrelló contra el suelo. El ruido de la teriacota haciéndose trizas lo hizo volver en sí: en cada añico reconoció un pedazo de su ilusión rota. Y tuvo la sensación de una vergüenza atroz, como si un perro lo hubiera orinado.
1.
¿Cuáles
son los temas que desarrolla Ribeyro en su obra?
2.
Haz un
resumen de la historia de “Los Gallinazos sin Plumas” (BUSCAR EL CUENTO Y LEER)
3.
A qué
premios se hizo merecedor Ribeyro . ¿Con qué obras?
II.
Señale
verdadero o falso según corresponda:
2.
El
padre de Ribeyro fue banquero ( )
3.
El
premio Planeta fue dado a Ribeyro ( )
4.
Ribeyro
escribió poesía ( )
2. Entre las características importantes de la obra de Ribeyro podemos señalar:
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